viernes, 4 de septiembre de 2009

Juicio Final

Frente a mí, como agarrado al mesón antiguo. Puedo asegurar que se encontraba en puntas de pies así devorando esas hojas medio rosadas un tanto garabateadas por mi puño tembloroso. Los rasguidos constantes, el golpeteo de una birome contra la madera y el latido de mi corazón y de mi cabeza completaban la sinfonía terrible, el suspenso supremo, llenaba toda la sala vacía.

- Cinco minutos…

Hacía morisquetas, escudriñaba cada espacio tras esas palabras imprecisas. Yo no atinaba más que deambular de un lado a otro, esperando el veredicto. Eran horas, de trasnoche y de disgustos profundos, artículo por artículo. Bello, lo antiguo que era, desactualizado, mientras el sujeto anotaba -de seguro- las fallas. Anotaciones, anotaciones y más anotaciones como los canonistas al Digesto, pero yo, en mano el corazón, parecía más que un estudiante de leyes un imputado ante el juez. Dios. La vida y la muerte, la frustración o el avance. Una beca perdida, millones de pesos deudas y lamentos. Tantas cosas, todo en sus manos: era yo a los pies del estrado, y arriba, el dios más implacable emitiría sentencia. definitiva

- Joven.

Me acerco, blanco, frío. Él levanta la cabeza. Me acerca la hoja coronada por un garabato azul.

- Tómelo como un obsequio.

Salí de la sala con las hojas en la mano y un 4.6. Con suerte, no lo volvería a ver en mi vida. Pero la sonrisa la perdí en la sala. A veces es preferible el infierno a tamaña humillación por un rato en el cielo.


Santiago. 24 de agosto