Lo frágil de la memoria
"Yo decidí a cuenta y riesgo quedarme aquí en esta orilla" F.D.
lunes, 21 de julio de 2014
Valdivia: el crack que no fue (porque él no quizo)
(Julio de 2014)
viernes, 7 de marzo de 2014
Cartas. II. Pez
Esta es una pequeña historia acerca de lo que tienes en las manos...
Primera. Cierta fría mañana de febrero, dos niños caminaban por un roquerío. Uno de ellos iba recogiendo piedras para lanzarlas al mar; de pronto, el otro le quita una piedra gris a punto de ser lanzada, y al observar su forma decide guardarla en el bolsillo. Con devoción la miraba todas las noches antes de dormir, hasta que en una de ellas se presentó con claridad la forma: la piedra no era sino un pez que de tanto vagar en la desdicha varó en la playa, fosilizándose; entonces, el niño dedicó sus ratos libres a devolverlo a la vida, pintándolo con los colores que solo puede concebir la pureza del amor. Al terminar su labor, quiso regalárselo a su enamorada, pero el caprichoso ser prefirió esconderse, perderse por ignotos recovecos para nunca más aparecer…
(…)
Segunda. Cierta tímida niña abría sus ojos ante el nuevo mundo que se le presentaba. Llevaba en sus manos un corazón lastimado e intentaba cubrirlo con retazos de esperanza para sanarlo de una vez. Un día halló a un muchacho hosco, que caminaba con una mueca de amargura que espantaba al resto de la gente. A pesar de eso, la niña cogió con ternura de su mano, y en sus ratos libres, intentó pintarlo con colores que solo puede concebir la pureza del amor, mor de convertirlo en el gran hombre que llevaba dentro. Al terminar su labor, quiso quedárselo para tener quien velase por su sueño en las frías noches de invierno, pero el corazón ya sano prefirió dejarlo libre: solo los peces pueden ser guardados en un acuario.
(…)
Tercera. Al aproximarse su viaje por el desierto, cierto muchacho aliviana su carga. Ordenando los enseres y apartando los escombros, encuentra casi intacto el pez perdido. Intentando recordar a aquella amada, solo rememoró las pinceladas que cierta tímida niña dio a su rostro, ya no tan hosco ni tan amargo como antes. Entonces comprendió que el colorear el pez fue el mejor regalo que le hizo a la vida, porque fue fruto de su propio amor. Así que corrió donde aquella tímida niña y lo ofreció como regalo, agradeciendo que sus colores lo hayan devuelto a la vida después de tanto vagar por la desdicha. Y así por fin la tímida niña podía tener quien viviera en su acuario, un atrapasueños que velara por ella en las frías noches de invierno.
Puede parecer poco, y así lo es, pero lo que tienes en tus manos es lo mejor que las mías han fabricado. Te lo entrego como agradecimiento a todo lo que tú me has dado a lo largo de los años, sobre todo en estos últimos meses tan duros. Solo te pido que lo cuides como me has cuidado, como te cuidaría yo a ti.
Con eterno cariño.
Siempre tuyo.
f.
(A Julieta. Marzo de 2014)
viernes, 12 de julio de 2013
Raya en el agua
Pasajera en trance (García)
lunes, 24 de junio de 2013
Viviendo bajo el agua
La una y la otra quebradas
1
jueves, 20 de junio de 2013
Walkin' arround
miércoles, 19 de junio de 2013
De imposibles
viernes, 2 de marzo de 2012
Cartas. I. Invierno
Tu pelo liso húmedo. Imagino tus pasos por entre la niebla de los cerros, aquel inmenso espejo gris bramando por los muelles, la sonrisa de quien no sabe lo que vendrá. Aquel sino despiadado: la dicha.
Es curioso Piazzolla, intrigante. De los 4 movimientos de sus Cuatro Estaciones Porteñas me llamó la atención que solo Invierno terminara de forma tímidamente alegre, siendo que los primeros tres terminan con una incertidumbre terrible. Cuando escuché el final de Invierno Porteño te imaginé justamente liberándote de un yugo insufrible, no por su intensidad, si no que porque toda agonía larga es el averno congregado en un punto ciego del tiempo/espacio. Feliz entonces, aquella tarde incauta que parece mañana mirando la bahía desde un cerro cualquiera, gris en toda la extensión de las inhóspitas causales de cualquier pena espiritual, así, Valparaíso, se abría en cada fragmento de callejón sin salida hacia algo que no habías vuelto a sentir hace mucho. Dicha.
Así veo ahora. Curioso que hubiese llegado hasta acá cruzando caminos impensados hasta hace un tiempo, pero eso no tiene importancia. Así veo que tras cargar con un yugo que de poco doloroso se convierte en un escozor impertinente a los -tus, mis- 21 años, la brisa sobre tu pelo recién alisado no hace menos que adobar el cuadro más hermoso que pudiese secuestrar cualquier pincel porteño: tú, las manos en los bolsillos de la chaqueta, mirando hacia arriba y adelante, ofreciendo amenazante tu sonrisa a los siete cielos del Pacífico.
Por mi parte, no puedo decirte más de que me invade un miedo terrible. Cambiar mi casa no era tan fácil como esperaba (mos) con mis hermanos, los cobardes y los ruines nos llevan una sideral ventaja: este mundo está hecho por y para ellos; entonces creo que la razzia tomará el sitial de Mariano Egaña, y bajo la vista de un Bello que se muere de la vergüenza y de la pena la vendetta no tardará en tocar mi puerta -si es que todavía tiene algo de decencia de tocar la puerta, lo dudo-. Lo bueno de todo esto es que al fin podré saber de qué estoy hecho, y si la valentía triunfa puede que mis pasos se dirijan hacia aquel espejo bramante sobre los muelles.
Astor Piazolla, Invierno Porteño
A Tae, junio 2010
jueves, 29 de diciembre de 2011
Moralejas del Trabajo. I
domingo, 25 de diciembre de 2011
Septiembre (seis años después...)
Sé que
lo que diga
es en vano,
vos ya estás demasiado lejos. Pero..
si solo recordaras aquella tarde,
aquel beso,
cuando septiembre se esfumaba,
podría morirme tranquilo.
(30 de septiembre, 2011)